meditacionoo "Desde Argentina, hoy inicio una Guerra para cambiar al mundo.
 La Guerra tendrá lugar dentro de cada uno de nosotros, para poner
 Luz en donde hay oscuridad, para desterrar nuestros egoísmos, para
 liberar a la parte de Dios que todos llevamos dentro.
 Toda guerra tiene un fin, y ésta también lo tiene.
 Que el Poder máximo en nuestro Mundo sea el Amor, para poder
 lograr así el gran objetivo: Paz."

                                                                                 
Xeitl
 Discutir no implica pelearse; enojarse no implica ira.
Metafisica o
  Inicio  ¿Quién puede ser llamado maestro?
 
Texto por Eduardo Mercer Alsina
 
¿Cuál es la función de un maestro? ¿Quién puede serlo? ¿Para ser un maestro, se debe ser un Ser
 Superior, perfecto, dotado de poderes? ¿Es necesario tener todas estas condiciones para ser un
 maestro?
 El hombre acostumbra llamar Maestro a Seres a los que cree especiales; tal es el caso de Jesús,
 Buda, Saint Germain, Sai Baba y otros.
 Pero podríamos decir que éstos son Maestros, con "M" mayúscula.
 
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   En cambio, yo me quiero referir simplemente al "maestro", al guía espiritual, al consejero: al
 maestro que comienza con la humilde "m".
 
 
 

 Y como "lo que es arriba es abajo" según enseñó el Maestro Hermes Trismegisto, no es mala
 idea ver qué pasa en lo cotidiano para luego tratar de inferir en lo espiritual.
 
 Evidentemente, el joven Albert Einstein tuvo uno o más maestros de matemáticas y física.
 Sin embargo,  ninguno de ellos llegó a ser un científico tan descollante, tan brillante y genial
 como luego Einstein lo sería.

 Don Amílcar Bruza, un argentino que dedicó su vida a entrenar jóvenes para que sean boxeadores,
 nunca fue campeón mundial (ignoro si logró ser campeón argentino de boxeo), pero uno de sus tantos
 exitosos entrenados llegó a ser campeón del mundo y leyenda del boxeo mundial: Carlos Monzón.

 ¿Qué podemos aprender de esto?

 Ni los maestros de Einstein ni el maestro de Monzón fueron seres especiales. No fueron seres que
 ejercieran con inigualable maestría y destreza las disciplinas que enseñaban.
 Sin embargo, amaban esas disciplinas, conocían los secretos de esas disciplinas y sabían la
 forma de explicarlas y transmitirlas.

  Creo que sucede lo mismo en el camino del Crecimiento Espiritual.

 Un maestro es aquel que se ha esforzado por aprender, que ha comprendido la tremenda importancia
 de eso que ha aprendido, y que intenta poner en práctica esos conocimientos en su conducta diaria
 porque ha comprendido que "la Fé sin obras es letra muerta".
 Y muchas veces no lo logra totalmente.
 Pero habiendo comprendido la importancia de lo aprendido, decide compartir sus conocimientos,
 utilizando para esta tarea, tiempo y energías que podría dedicar a su propio crecimiento espiritual.

 Y lo hace con Amor, hacia sus semejantes y hacia Dios.

 Posiblemente sepa que debido a sus limitadas capacidades, nunca llegará a ser un Maestro, un Ser
 de Luz con dones y poderes especiales, un Ser que con su sola presencia pueda iluminar al mundo.

 Entonces elige ser simplemente un maestro, que a través de sus palabras, sus actos, sus consejos,
 su conducta, va tratando de encender la llama del Conocimiento en aquellos que tiene cerca.

 Elige ser simplemente una brasa, un pequeño fósforo que va tratando de encender a los demás, en la
 esperanza de ir "encendiendo antorchas", de transmitir sus conocimientos a seres mucho más
 capaces que él, seres que brillarán mucho más que su maestro, y que ayudarán a poner Luz en
 este mundo.

 Comprende la frase que Shakespeare hace decir a uno de sus personajes:
 "Tuve el Sol en mis manos, y no era nada si no lo compartía".

 Es humilde, porque difunde la Palabra desde el anonimato, sin buscar hacerse grande a los ojos
 de los hombres. Porque sabe que eso lo hace grande a los ojos de Dios.

 Y finalmente, descubre que a través de la enseñanza, de la humildad, del no afán de gloria humana,
 el maestro aprende, crece y practica y fortalece sus conocimientos , día tras día.

 Propongo a todos ser maestros:

 Enseñar con el silencio del ejemplo y de la conducta.
 Enseñar  con el consejo sano y desinteresado brindado en el momento en que sintamos que Dios
 nos ordena hablar.
 Enseñar sin imponer, sin criticar, sin desesperar, sin esperar reconocimiento ni gratitud humana.
 Enseñar con paciencia, sin prestar atención a los errores del discípulo, sino sólo a sus logros.
 Enseñar con palabras sólo a aquellos que pidan ser instruídos.
 Enseñar con Amor, desde el Amor y para el Amor.

 Enseñar, finalmente, para ayudar a Dios en la tarea de hacer de éste un mundo mejor.
 

 

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