Casi todos, cuando sentimos culpa por algo que hemos hecho o dejado de hacer, quedamos
 paralizados, apesadumbrados, alejados de Dios, sin alegría. Nuestro estado de ánimo decae,
 y quedamos lamentándonos,  concentrando toda nuestra atención en esa culpa, casi saboreándola.

 Y sin embargo, deberíamos tomar al sentimiento de culpa con alegría, como una oportunidad de
 mejorar.

 
 Lo que están leyendo: sentir culpa es un momento de aprendizaje, de alegría.

 Señores: el sentimiento de culpa es como una alarma, una luz roja que se enciende para
 avisarnos que algo anda mal.

 Sentimos culpa en el momento en que nos damos cuenta de que nuestro proceder es incorrecto.
 Sentimos culpa cuando tomamos conciencia de que estamos cometiendo (o hemos cometido
 un error.
 Sentimos culpa, entonces, en el momento en que aprendemos cuál es la forma
 correcta de actuar, al observar nuestro proceder anterior.

 La culpa aparece como una señal de alarma, de la misma forma que aparece una luz roja en el
 tablero de un automóvil cuando su motor está recalentando.
 ¿Qué hace en ese momento el conductor? ¿Se queda llorando mirando la luz roja encendida, viendo
 cómo se estropea el motor, o se detiene inmediatamente, apaga el motor y levanta el capot para
 agregar agua al radiador del motor? Por supuesto que se detiene, y trata de remediar el problema,
 solucionando la falla que causó que se encendiera esa luz roja.

 De la misma manera, cuando sintamos culpa, en lugar de quedarnos lamentándonos,
 "levantemos el capot" de nuestro corazón y veamos cuál es el origen de nuestro
 sentimiento de culpa. Y una vez detectada la falla, una vez que hayamos descubierto
 el error en nuestro proceder, perdonémonos a nosotros mismos, y propongámonos
 firmemente y con alegría, no repetirlo nunca más.

 Pero ... cuidado, que una vez que nos hayamos perdonado y que hayamos aprendido, no
 quedamos exentos de la responsabilidad de lo que hayamos hecho.

(continuará)

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